Los abrazos y sus beneficios en la salud

En una era atravesada por las pantallas, la comunicación digital y los vínculos mediados por la tecnología, el contacto físico se volvió cada vez más escaso.

Sin embargo, la ciencia demuestra que sigue siendo uno de los reguladores emocionales más poderosos del ser humano.

Lejos de ocupar un lugar secundario, el tacto funciona como un lenguaje directo que el cuerpo interpreta de manera inmediata y que la mente utiliza para organizar sus estados internos.

En los últimos años, la neurociencia identificó un tipo particular de fibras nerviosas, conocidas como fibras C-táctiles, especializadas en registrar caricias lentas y cálidas, propias del contacto afectivo. Estas se encuentran principalmente en la piel con vello y no responden a cualquier estímulo, sino a un rango específico de presión y temperatura que coincide con una caricia suave y humana. Al activarse, ponen en marcha un circuito vinculado con las emociones y el apego.

El tacto cariñoso no solo se percibe: el cerebro lo interpreta como una señal de calma, seguridad y conexión. Uno de sus efectos más relevantes es que un abrazo prolongado eleva los niveles de oxitocina, hormona relacionada con el vínculo y el bienestar. A su vez, esta sustancia disminuye el cortisol —la hormona del estrés—, alivia la tensión, reduce la frecuencia cardíaca y favorece un estado de mayor tranquilidad mental.

La falta de contacto puede asociarse a ansiedad, irritabilidad y sensación de aislamiento. La pandemia dejó esto en evidencia, cuando muchas personas atravesaron lo que se denominó “hambre de piel”, una necesidad tanto psicológica como corporal de cercanía física.

El impacto del contacto no se limita al plano emocional: también influye positivamente en la salud física, fortaleciendo el sistema inmunológico. Estudios en bebés hospitalizados demostraron que el contacto piel con piel ayuda a aumentar de peso, mejora el descanso y reduce complicaciones. En adultos mayores, se lo vincula con una menor presión arterial, mejor calidad del sueño y mayor sensación de vitalidad.

Desde una mirada psicoanalítica, el tacto constituye uno de los primeros lenguajes entre el bebé y su cuidador, incluso antes de la aparición de las palabras. Tanto Freud como Winnicott destacaron que las primeras experiencias de cuidado y sostén son fundamentales para la construcción subjetiva. En la adultez, el contacto físico puede reactivar esas huellas tempranas, brindando una sensación de continuidad, sostén y confianza en el otro.

En la actualidad, marcada por el aumento del estrés y los trastornos de ansiedad, resulta necesario volver a considerar el tacto como un aliado de la salud. Sin embargo, el miedo al abuso y las normas sociales han vuelto más cautelosa la expresión física del afecto, al mismo tiempo que se prioriza la autosuficiencia y la distancia emocional.

Los vínculos humanos necesitan de la presencia corporal para mantenerse. Por eso, un abrazo genuino, lejos de ser un gesto menor, constituye una intervención neurobiológica de gran impacto. No se trata solo de volver a tocar, sino de permitir que el cuerpo participe activamente en el cuidado de la mente.

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